La noche llegó y con ella los pocos asistentes asiduos a el espectáculo se marcharon. Ni siquiera las dos mujeres que lloraron sinceras lágrimas de dolor durante todo el sangriento acontecer estaban más ahí. Solo el viento helado de aquellas infértiles tierras y algún lejano y casi imperceptible quejido de dolor salido de un desdichado que se rendía por fin a su destino le hacían compañía. Dejo pasar unos minutos más, tan solo para asegurarse que nadie lo veía. Entonces abrió los ojos tranquilo y sin esfuerzo alguno zafó los pies primero y luego un brazo después el otro dejando caer los enormes clavos en el polvo delgado del montículo que apilaron para sostener mejor la rustica cruz de madera seca de la que bajo de un salto. Y al tiempo que zafaba de su cabeza el aro espinoso que algún sádico a manera de sarcasmo le coloco, se alejo caminando sin rastro de dolor hacia un lugar donde moriría muchos años después al lado de su mujer sus tres hijos varones y sus dos hijas. Lejos de los milagros los discípulos los fanáticos los escépticos y los que nunca entendieron nada de lo que él les habló y prefirieron continuar en el sueño
Canito